Comentario
Se ha denominado como segregación sexual del trabajo a la constatación de que el empleo femenino se concentra en ciertas ramas de actividad o en ciertos puestos de trabajo. En parte, ésta especialización se produjo de manera natural puesto que uno los factores que contribuyó a una rápida incorporación de la mujer al mundo laboral fue el desarrollo del sector servicios. Éste se presentaba más apto en cuanto que no requería el uso de la fuerza física, por la flexibilidad de horarios que ofrecía, por la disponibilidad de jornadas a tiempo parcial, etc. De este modo cristalizó una distinción ocupacional entre los sexos. Comercio, agricultura, servicios personales y domésticos, educación y sanidad se convirtieron en ramas de actividad fuertemente feminizadas. En 1984, el 63,5% de las mujeres ocupadas lo estaban en esas ramas, frente al 33,7% de los varones.
Si eso se produjo en los años de la Transición, treinta años después, la situación no había cambiado mucho: en 1998, el 85% del empleo femenino no agrario se correspondía con el sector servicios, mientras que el de los varones era un 56%. De ese 85%, el 40 % eran empleos relacionados con la hostelería, la restauración y los comercios. Progresivamente los trabajos de las mujeres se extendieron a los sectores de la educación, la investigación, la banca, la administración, los medios de comunicación, etc. Esta situación era similar a la que se daba en los países de la OCDE donde en 1990 las mujeres significaban el 49,6% de la población ocupada y en la UE el 42,7%.
En relación con la agricultura, se trata de un sector en el que existe una integración sexual, pues la mujer siempre ha trabajado en el campo. Tradicionalmente ha desarrollado dos tareas fundamentales: el cuidado de la casa e hijos y del huerto y los animales. En los últimos decenios, el mundo rural ha conocido profundas transformaciones tanto tecnológicas como culturales. Entre ellos se encuentra la aparición de la empresaria femenina que, partiendo de las tareas tradicionalmente desarrolladas por ellas, las ha convertido en una actividad económica. De carácter innovador, esta empresaria se convierte en garante de las tradiciones y del patrimonio cultural, al mismo tiempo que del sostenimiento económico de la familia. Entre las actividades que más ha desarrollado se pueden citar las relacionadas con el turismo rural y la agricultura sostenible: agroturismo, producción biológica, el uso de los recursos de la fauna, la revalorización de productos típicos y de las antiguas tradiciones, etc. En este sentido jugado un papel importante las ayudas europeas de los proyectos LEADER, NOW y PRODER.
A finales del siglo XX, a la par que la población agraria en general, la femenina se encuentra envejecida, por la transformación que ha conocido el mundo rural con la mecanización de muchos trabajos, la migración de los jóvenes a la ciudad y la ruptura con los comportamientos tradicionales. Se trata de un sector difícil de estudiar pues muchos empleos no entran en las estadísticas en cuanto que la mujer se dedica a ellos como una ayuda a la familia y no como una actividad remunerada. En general, en 1990 y en los países de la OCDE, menos del 10% de las mujeres activas se dedicaban a la agricultura. En 1970 había censadas 791.000 campesinas y en 1995 se había reducido a 380.300, ganando cada vez más peso las asalariadas. Su participación será distinta según las regiones de España, las diferentes formas de propiedad agraria, de tipo de cultivo, de tradiciones, etc. Así, tradicionalmente, la mujer en Galicia ha participado de las tareas igual que el varón, mientras que en Andalucía o Extremadura su presencia es estacionaria y dedicada a trabajos secundarios, durante la recolección preferentemente. Otra de las actividades que suele ser realizada por las mujeres es la horticultura.